Siempre he sido una buscadora de preguntas y de respuestas. Mi historia profesional comienza hace más de 20 años cuando ya me fascinaba el comportamiento de las personas, conocer sus obviedades, analizar sus gestos, sus detalles casi invisibles e incluso lo imprevisible. Todo esto me llevó a estudiar Psicología y a seguir el camino de la investigación.
Pasamos por cambios y transiciones importantes en la vida, que pueden ser grandes oportunidades para el autoconocimiento y el crecimiento cuando se combinan con apoyo y cuidado. No podemos cambiar lo que la vida nos depara, pero definitivamente podemos elegir cómo respondemos a ello.
Al terminar mis estudios, seguí vinculada a la universidad por mi afán de aprender e investigar al mismo tiempo que me incorporaba al mundo profesional con la ilusión de poner mi granito de arena en conseguir que las personas se sintieran mejor, más felices y comprometidas con ellas mismas
Desde ahí, comencé a buscar a través de diferentes corrientes de la psicología y la neurociencia, la respuesta a varias preguntas: ¿qué hace que las personas conecten con lo mejor de ellas mismas?, ¿y con otras personas?, ¿cuáles son los “males” más comunes entre las personas?, ¿qué patrones se repiten más y qué hacer para cambiarlos de verdad?,…
Resolver estas preguntas me acercó al mundo de la psicoterapia emocional, la terapia sistémica y la terapia de parejas donde descubrí nuevas maneras de acompañar a las personas y cómo la necesidad de conexión conmigo y con los demás moldea nuestra visión del mundo y nuestra respuesta a situaciones difíciles o estresantes.
La salud mental tiene que ver con nuestra capacidad de flexibilizar, no relativizar, las situaciones del día a día.
Generar un espacio seguro, cercano y confiable.
Ver diferentes perspectivas y tener estrategias llevando los aprendizajes a situaciones diarias.
Basado en un aprendizaje profundo que tenga en cuenta mente, cuerpo y emoción.